San Bernardo de Claraval  -20 agosto 2020-

Como cada año en ésta fecha, los templarios recordamos el día de nuestro patrón San Bernardo, que murió en la abadía cisterciense de Claraval el día 20 de agosto de 1153. En su honor y memoria participamos en la Santa Misa que se celebra en diversos  lugares de España y que este año han sido Madrid, Toledo, Loja (Granada), Utebo (Zaragoza) y Marbella (Málaga).

SAN BERNARDO DE CLARAVAL

Es difícil encontrar en la Historia otros hombres que hayan sido dotados de un poder de atracción tan grande para llevar gentes a la vida religiosa como el que recibió Bernardo de Claraval. Era tan intenso el don de persuasión que poseía que, al predicar, las mujeres agarraban a sus maridos y las madres escondían a sus hijos, por miedo a que lo siguiesen. En las universidades, en los campos, en los pueblos, los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas espirituales de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres. Lo llamaban “el cazador de almas y vocaciones”. Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa.

Nació en Borgoña (Francia) en el año 1090, en el castillo Fontaines-les-Dijon. Fue educado junto con sus siete hermanos como correspondía a la nobleza, recibiendo una excelente formación en latín, literatura y religión.

Diversos textos describen su infancia y juventud marcada por un carácter amable, simpático, inteligente, bondadoso y alegre, y al parecer era muy apuesto. A los 19 años era un joven alto y bien proporcionado, con profundos ojos azules que iluminaban un rostro varonil, encuadrado por una rubia cabellera. Su porte era al mismo tiempo noble y modesto.

Durante algún tiempo se inclinó hacia lo mundano. Pero estas amistades superficiales, por más atractivas y brillantes que fueran, lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más desilusionado del mundo y de sus placeres.

Pero a los veinte años tuvo una experiencia o éxtasis místico cuando se dirigía a visitar a sus hermanos mayores que estaban en el campo de batalla. Desde ese momento decidió renunciar a su carrera de caballero y hacerse monje, cosa que no le resultó fácil a causa de la oposición decidida de sus batalladores hermanos y amigos, que le decían que iba a desperdiciar una gran personalidad para ir a sepultarse vivo en un convento. Pero Bernardo les hablo tan maravillosamente de la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y a 31 compañeros. Posteriormente también entrarían su padre y su hermano menor. El superior del Císter los recibió con gran alegría, pues en aquel convento hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos.

En la orden del Císter demostró tales cualidades de dirigente y de santo, que a los 25 años fue enviado como superior para fundar un nuevo convento. Escogió un lugar apartado en el bosque y le llamó Claraval, valle claro, ya que allí el sol iluminaba fuertemente todo el día. Supo infundir de tal manera el fervor y el entusiasmo religioso que habiendo empezado con sólo 20 compañeros a los pocos años tenía 130 religiosos. De este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos.

Aunque el más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y la meditación, continuamente era reclamado por religiosos, pueblos o gobernantes para que fuera a ayudarles. Él estaba siempre pronto a prestar su 
ayuda donde pudiera ser útil. Con una salud sumamente frágil, debido a las muchas penitencias que realizó en sus primeros años de religioso, recorrió toda Europa poniendo paz donde había guerras, deteniendo las herejías, corrigiendo errores, enseñando y hasta reuniendo ejércitos para defender la fe cristiana. Era el árbitro aceptado por todos y también fue el alma de los Concilios de Letrán, de Troyes y de Reims.

San Bernardo escribió un famoso libro llamado “De consideratione” dedicado al Papa Honorio III, en el cual propone una serie de consejos para que los que están en puestos elevados no cometan el error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. Donde puede leerse: “Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la meditación”.

Se convirtió asimismo en el principal valedor de la recién creada Orden del Temple, ya que ésta colmaba su propia idea de sacralización de la milicia. Lo primero que hizo fue gestionar a favor de su pariente Hugo de Payns y los cuatro templarios que lo acompañaban una acogida favorable por parte del Papa Honorio II. De acuerdo con la propuesta de Bernardo, en la primavera de 1228 se celebró un concilio extraordinario en Troyes, donde tras varias semanas de interrogatorios y deliberaciones, se aprobó con entusiasmo la Orden del Temple como una institucionalización de la Cruzada. Bernardo de Claraval se encargó de redactar la nueva regla para los Templarios.

La decisión de San Bernardo fue la de adaptar al Temple la dura Regla del Císter, con arreglo a la cual la Orden militar organizó su vida monacal. Los Templarios, en cuanto monjes en sentido pleno, debían pronunciar los votos de pobreza, castidad y obediencia, más un cuarto voto de contribuir a la conquista y conservación de Tierra Santa, para lo cual darían gustosos la vida, si fuera necesario.

 Non nobis domine, non nobis, sed nomini, tuo da gloriam.